Lata de Sardinas
El suave zarandeo del Metro lo hizo pensar en cómo se sentiría un bebé inmerso en una mullida cuna.
Sentado a veces en el vagón o generalmente de pie, cómodamente apiñado entre gente que le es indiferente, porque todos se evitan o con suerte se miran, quizás porque se enfrascan en divagaciones personales y cuidan mantener esa privacidad, obviando el entorno, tratando de no mirar al próximo, (y no se dice “prójimo” en estas circunstancias: todos son distantes y silentes como planetas dispuestos a siderales distancias, pero ahora en un microcosmos compacto, como una lata de sardinas), concentrándose en mirar por la ventana al oscuro túnel y perderse en pensamientos o emociones...Ahí, deja que su cuerpo siga el vaivén del tren y muchas veces se descubría somnoliento otras, despertando de una pequeña siesta, temeroso que su estación, en la que debe bajar, ya ha sido pasada.
Por enésima vez se había quedado dormido y no alcanzó esta vez a sumirse en sus ideas. Llevaba tres días sin dormir y no se sentía bien del todo: incomprendido y distante del mundo, de ese mundo gris, una realidad insustancial y monocromática que lo hacía recordar que los perros veían así: blanco, negro y en medios tonos…Que simple era ser perro. Te contentas con pequeñas cosas- pensó-, he incluso sintió envidia por ellos.
Debía de estar loco: nadie podía estar celoso de un perro.
Y siguió desmenuzando sus ideas, siguió pensando, corriendo sus problemas, hasta que anunciaron por altoparlante el nombre de la siguiente parada. Tuvo que desperezarse para poder bajar de ese vagón gris, caminar por el andén gris, llegar a la escalera y emerger a ese mundo - que se proclamaba como suyo, aunque a momentos se le hacía ajeno (como en ese minuto)-, esa tierra que también era gris.
Y se detuvo muy cerca de esa escalera, justo en donde el sol hería el suelo y cegaba sus ojos. Todo era contraluz y el gentío que aplanaba la escalera le parecía negro, como sombras chinas proyectadas en un telón que ahora era el celeste cielo que protegía su cabeza cada vez que emergía de esa oscuridad.
Al rato, respiró profundo un par de veces para luego subir esa escalera y surgir de ese subterráneo para enfrentarse a lo cotidiano, a su vida, a vivir.
…¿Quién dice que la vida es fácil?
Sentado a veces en el vagón o generalmente de pie, cómodamente apiñado entre gente que le es indiferente, porque todos se evitan o con suerte se miran, quizás porque se enfrascan en divagaciones personales y cuidan mantener esa privacidad, obviando el entorno, tratando de no mirar al próximo, (y no se dice “prójimo” en estas circunstancias: todos son distantes y silentes como planetas dispuestos a siderales distancias, pero ahora en un microcosmos compacto, como una lata de sardinas), concentrándose en mirar por la ventana al oscuro túnel y perderse en pensamientos o emociones...Ahí, deja que su cuerpo siga el vaivén del tren y muchas veces se descubría somnoliento otras, despertando de una pequeña siesta, temeroso que su estación, en la que debe bajar, ya ha sido pasada.
Por enésima vez se había quedado dormido y no alcanzó esta vez a sumirse en sus ideas. Llevaba tres días sin dormir y no se sentía bien del todo: incomprendido y distante del mundo, de ese mundo gris, una realidad insustancial y monocromática que lo hacía recordar que los perros veían así: blanco, negro y en medios tonos…Que simple era ser perro. Te contentas con pequeñas cosas- pensó-, he incluso sintió envidia por ellos.
Debía de estar loco: nadie podía estar celoso de un perro.
Y siguió desmenuzando sus ideas, siguió pensando, corriendo sus problemas, hasta que anunciaron por altoparlante el nombre de la siguiente parada. Tuvo que desperezarse para poder bajar de ese vagón gris, caminar por el andén gris, llegar a la escalera y emerger a ese mundo - que se proclamaba como suyo, aunque a momentos se le hacía ajeno (como en ese minuto)-, esa tierra que también era gris.
Y se detuvo muy cerca de esa escalera, justo en donde el sol hería el suelo y cegaba sus ojos. Todo era contraluz y el gentío que aplanaba la escalera le parecía negro, como sombras chinas proyectadas en un telón que ahora era el celeste cielo que protegía su cabeza cada vez que emergía de esa oscuridad.
Al rato, respiró profundo un par de veces para luego subir esa escalera y surgir de ese subterráneo para enfrentarse a lo cotidiano, a su vida, a vivir.
…¿Quién dice que la vida es fácil?
2 Comments:
nadie dijo que iba a ser fácil.
pero sí es posible que sea más dulce, menos sola, más cálida y menos dura.
no envidies al perro, porque hasta donde sabemos el perro no puede valorar un beso del modo en que tu lo valoras, o proyectarse en la vida del modo en que tu te proyectas.
aprende sí del perro, él es feliz con cosas simples.
a veces hay que caminar por la vida moviendo la cola, sólo porque sí.
te amo.
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abby, at 1:36 p. m.
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Fun U, at 11:25 a. m.
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