
Hace unos días me descubrí tratando de recordar tu rostro.
Lo más razonable a entender es que quizás ya se me esté olvidando el cómo era; trato de concentrarme en las líneas de tu boca, sus sombras y comisuras y reproduzco en mi cabeza- y de mala forma- tu risa de tonos fuertes cuyo eco se escucha claro en mis sueños en los momentos en que insulta la penumbra de sus escenas.
Noche tras noche, de forma constante y poco provechosa, me concentro en ubicar tu rostro, sus rasgos, entre miles de recuerdos para poder dibujarlo (no sé por qué quiero hacerlo) y el punto -claramente- es que no puedo.
No puedo por que me falta un detalle, por que no tuve las pelotas de observar, asimilar, registrar en mi memoria las líneas que dan cuerpo a tus ojos ni el calor de tus pupilas y es que ese miedo a contemplarte-por temor, vergüenza, ¡Qué se yo!- boicotea de forma canalla mi bosquejo, en el cual de seguro tus ojos , bellos ojos que juraría haber visto una vez reír al mismo tiempo que tú lo haces, no tendrán cabida por que, lisa y llanamente, no me atreví a verlos, pero te prometo que el día en que lo haga comenzaré a trazar las sombras y reflejos de tu perfil que más que retrato, son versos de poesía.