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Entre Imaginarios y Realidades

miércoles, noviembre 30, 2005

Sueños VII

Iª Parte

¿Qué más puedo hacer ahora que contemplar el cielo de mi habitación y saborear los opacos rayos de luz que entran por la ventana? Llevo una hora despierto y no quiero ni moverme para no volver a molestarla; aún así tengo que hablar con ella, y de seguro lo haría ahora, pero prefiero no hacerlo. Ya se despertó mientras yo soñaba y fueron sus frías manos las que al tocarme me despertaron, pero en unos minutos más ambos tenemos que levantarnos y es mejor que descanse otro poco.

¿Y que más da si no le cuento lo que acabo de soñar? Es probable que pregunte, aunque prefiero no contarle y además sé que más temprano que tarde, y no importa como, se va a enterar.

Fue extraño, claro está, pero no alarmante que mi inconciente me hiciera recordar lo que yo hace meses no volvía a recrear en mi memoria: esa maldita tarde en que, por mera obligación impuesta por el destino, tuve que aprender a convivir con la agonía y la oscuridad, ese día en que la vi morir y que hasta hoy no era más que una pequeña cicatriz en mi conciencia; esa herida ha vuelto a abrirse provocando un poco de ese dolor amargo del cual todo este tiempo estuve escapando y que hace unas horas recordé.

Es cierto, soñé nuevamente con mis manos empapadas en su sangre.

No es una imagen agradable, comenzando con esa luz blanca, cual gigante flash fotográfico, que dio inicio al sueño para luego mostrarme sentado en la vereda contemplando los vestigios que me quedaban de ella (esa sangre que a veces siento) mientras el tiempo pasaba y la noche se cernía en el ambiente.

Pero aquí, en plena realidad, mientras siento que mi compañera se levanta de la cama, empiezo a creer que no es necesario contarle y que no debo tomarlo como algo más de lo que es: un simple sueño.

Aunque en realidad nunca pensé que comenzaría a dudar de aquello en unas horas más.

Luego de desayunar (debo confesar que fue de pura gula ya que el sueño me había quitado el apetito), fui ordenando mis cuadernos y memorias; gruesos relámpagos me iluminaban la mente con imágenes de aquel día: su voz extinguida, sus compañeros, la sala, astillas y sangre. Por más que tratara de pensar en otra cosa, las imágenes se lanzaban en ataque suicida a mi conciencia y reverberaban implacablemente sobre esta haciéndose tan patentes que juraba estar viviendo aquel día otra vez…malditos Déjà Vu.

Luego de sacudir mi cabeza con la intención de disolver estas imágenes, logré subir al auto y dirigirme a la universidad.

El camino siempre es el mismo, autos, calles, árboles y personas que pasan al lado de otras omitiéndose entre ellas como si nada las uniera hasta que algún día se topen con algo que han dejado en los cimientos del pasado.

Tal como me sucedió esa mañana, cuando (¿por mala suerte, quizás?), la vi caminando, a unos metros del auto, acaso sin dirección, al mismo tiempo que hundía su vista en el infinito, lugar en el cual por unos segundos nuestros ojos se cruzaron y fue en ese instante, que de forma muy instintiva-por no decir animal- frené desquiciadamente, perdiendo el control del auto, lo que me llevó a chocar con las mesas y sillas que, se bronceaban con el cálido sol matutino, pertenecían a un boliche.

Salí del auto, ya desquiciado por el sueño y la reciente ¿visión? para tratar de alcanzarla, pero no pude avanzar ni unos dos metros; no había cruzado ni siquiera la calle cuando el dueño del localcito me toma del brazo y me dice:

-! Para, huevón, para!...

- ¡Déjame, no puedo dejar que se vaya, después te pago las sillas y las mesas!- lo interrumpí, mientras histéricamente la buscaba en el océano de calles.

-¡Que me importan las sillas! -me gritó- ¡mírate, estás sangrando!…llamaré a una ambulancia.

Al decirme esto, y sin darle importancia a lo que me pasara, comencé a apretar mis manos, acto que por defecto hago cada vez que estoy nervioso, y comencé a sentir algo viscoso-“transpiración”, me dije mientras lo único que quería era divisarla en alguna parte-, aunque en realidad me hubiese gustado que fuera sudor y no LA sangre que ese hombre decía que de alguna parte mi cuerpo botaba.

- Esto no puede estar pasando- pensé, al mismo tiempo que un ataque de tos me impedía respirar. Solamente atiné a regresar al auto y de forma torpe lo hice arrancar, para luego irme a la universidad dejando el volante impregnado de esa sangre que yo intuía ajena y que se me ofrecía como horrendo espectáculo en alegoría a una muerte pasada; la de aquella persona que al igual que en vida fijaba su vista al infinito en vez de mis ojos al momento de hablar.



IIª Parte.


No tengo claro cuanto tiempo ha pasado, quizás unas semanas o unos meses, qué se yo, desde aquel día. El problema es que desde entonces han pasado ciertas cosas que se me han escapado de las manos y es que de verdad nunca pensé que esto iba a suceder.

Todo comenzó hace unos días, mientras volvía de la universidad, cuando me descubrí susurrando entre dientes el nombre de alguien que de forma persistente y frecuente, como un gran tic, aparecía de forma usual en mis pensamientos sin discriminar noche o día, frío o calor, sueño o conciencia.

- Alejandra…- nada más lo dije y una sensación de gran temor se apoderó de mí; estaba empezando a creer que no estaba queriendo a mi compañera de hace meses y que en realidad me estaba enfocando en mis pensamientos y a este nuevo nombre que poco me dejaba descansar.

Mientras las cuadras, árboles y casas pasaban y me advertían lo cerca que estaba de la mía, comprendí que no podía mentirle y que debía decirle de inmediato lo que sucedía; que ya no la quería ni estimaba como antes y que en definitiva, luego de semanas en las cuales ya no pensaba tanto en ella, tenía que dejarla y contarle que mis intenciones eran otras: conocer a esta nueva persona que me robaba (aún lo hace) grandes cantidades de sinápsis que yo tenía programada para emplear en otros pensamientos; que más puedo decir si me he dado cuenta que cada vez que pasa al lado mío no soy capaz de mirarla aunque me permito respirar profundamente para poder grabar en mi memoria un poco del sabor que tiene el aire que la rodea.

Entonces, no me quedaba otra que ir y encarar a mi compañera de inmediato, por lo que fui a mi casa, lugar donde sabía que estaría.

Ya en mi casa, subí a mi pieza (cuya puerta estaba cerrada) y toqué tres veces esperando a que contestara, pero no lo hizo. Hace unos tres días que las cosas no andan muy bien y la comunicación ha ido mermado en éste último tiempo, por lo que ni siquiera me molestó su frío mutismo.

- Baja, por favor, te espero en el comedor. No te demores, tengo algo que decirte- le dije, y bajé pausadamente para luego esperarla de pie al medio de éste. Habrán pasado unos 30 segundos, en los cuales estaba buscando las palabras precisas para no herirla, cuando sentí el sonido de sus pasos al bajar.

Le pedí que se sentara y no quiso, le dije que me escuchara y no lo hizo, estoy seguro.

Ya no te quiero –le dije-; no sé cómo pude decirle algo tan pedante, pero no noté que le hubiese dolido y al ver que no recibí ninguna pregunta, comentario o garabato de respuesta, seguí hablando.

- Sé que no saco nada si te digo que no quiero verte, que no quiero descubrirte en mis pesadillas ni menos en momentos de lucidez cuando cierro mis ojos. ¿De qué sirve decirte que te alejes de mí? ¿Qué utilidad tiene saber que te irás, por que en cualquier momento saldrás a mi siga y volveremos a estar juntos de nuevo?...hoy sólo te pido que me abandones.

Y dicho esto cerré mis ojos para no verla partir y dejar que saliera mientras yo relajadamente pensaba que las cosas desde ese momento serían mejores; al fin mi insomnio conocería a Morfeo.

Minutos más tarde, y luego de almorzar (al fin) con gran avidez, subí a mi cuarto, y me tendí en esa cama, que hasta hace una noche compartía con mi otrora compañera, y que ahora me esperaba para acompañarme en mis sueños. Sólo me bastó cerrar mis ojos para dormir profundamente; fue como caer en un foso negro, de infinito largo, del cual desperté sobresaltado.


Algo en mis manos me decía que algo no andaba bien. Estaban húmedas y apretaban irracionalmente la sábana. Luego de relajarlas, de pasear la vista por la habitación y de comprender que todo estaba en el mismo lugar, mil imágenes me recordaban que las cosas eran ya distintas a ayer y que ahora la siguiente movida era mía: era el turno de ponerme a analizar lo que había sucedido.

Estoy cansado de soñar.

Santiago, 27 de noviembre de 2005.




domingo, noviembre 20, 2005

Mis canciones.

Me encuentro en mi escritorio creando sinfonías que acompañen el silencio de tus labios y sonatas que hagan coro a tu sonrisa.

Estoy armonizando mil corcheas cuyo canto pretendo telonéen tu conciencia.

Así hoy me la paso; componiendo melodías que conduzcan el color con el que tiñes el viento al momento en que te vas.

Desde hoy compongo un himno a la locura, que no es más que un canto a tus ideas, un compendio de mis emociones, sentimientos…El punto es que no estoy seguro de que te des el tiempo para oírlos, para sentir esta música que es tuya, que reemplaza a mis escritos en los cuales la idea de conocerte, me inspira.

lunes, noviembre 14, 2005

Déjame

Hoy como ayer, tengo la suprema necesidad de conocerte.
Sólo te pido me dejes hacer un par de cosas antes.

Déjame acercarme, cerrar mis ojos y recordarte de memoria y convertirte en la paisajista de mis sueños.
Déjame, en definitiva, ser diferente al resto al momento de descorrer el velo negro de la indiferencia que se interpone en mi tarea de aproximarme, de poder hablarte y convertirme en un perito de tu existencia.

jueves, noviembre 10, 2005

Sueños VI

No comprendo que haces aquí.

En primer lugar, aquello de llegar a mi casa sin avisar y entrar en ésta para sentarte al lado mío, en el escritorio, sin dirigirme la palabra no me parece lo más correcto ni menos civilizado. ¿Cuánto tiempo estuviste así, sin mirar, sin hablar?... fueron horas hasta que, sin motivo alguno, abandonas el lugar para dirigirte quién sabe donde, mientras tu imagen permanece en el ambiente.
Espera, ¿por qué me indicas, desde el patio, con la mano que debo seguirte?... ¿por qué te estoy siguiendo?
No entiendo qué quieres decirme ni menos sobre qué quieres conversar si es que he entendido hasta hoy que al parecer dices más con silencios que con palabras; es cosa de mirar tus ojos. Mientras más cerca de ti me encuentro, puedo llegar a sentir el impertérrito frío que tus calmos ojos emanan.

¿Por qué te vas cuando estoy llegando hacia donde estas tú?, ¿por qué me regalas tu espalda y un gran silencio si incluso me acabas de indicar que debía seguirte, a través del patio, a quien sabe donde?
Un pequeño tour por mi casa y nos encontramos ahora en el comedor. No entiendo que hacemos aquí si lo único que haces es observarme y no hablar, cuya consecuencia tácita es el maldito silencio que nos envuelve hasta asfixiarnos.
Espera... ¿qué haces?, ¿Existe algún motivo para que ahora te acerques?

"¿No crees que es muy obvio lo que está sucediendo?"

Susurraste esto a mi oído y desperté.

Todo ese día estuve divagando respecto a lo que se podría haber referido el mensaje de tan explícito contenido... ¿Qué está sucediendo? ¿Qué es lo muy obvio?, pero no fue sino hasta que tuvieron que pasar varios días, y con ellos muchos cuestionamientos, para que pudiera encontrar una solución para el macabro enigma y en verdad, el asunto es sencillo, por no decir trivial:
Soy muy evidente.