LaCorrienteDeLaConciencia...

Si pudiera omitir, viviría más tranquilo el día a día sin pensar en lo que hice, no hice o debí hacer.
Si pudiera cambiar mi presente, borraría de cuajo el momento en el cual mi mente me dijo que te extrañaba.
Si tuviera poder de voluntad, controlaría mis manos y les diría que no escribieran tanto; fumaría menos mientras pienso y me preocuparía de encontrar en mi memoria el lapso de segundo, esa cosa – lo que sea – que me obligó a preocuparme del silencio que tú (y no sé por qué), regalas.
Si pudiera quejarme de algo, lo haría por lo estúpido que he sido al no creer que la esperanza sea lo último que se pierde, cuando me di cuenta que ya no tenía qué perder.
En ese minuto y así sin más ni más, dejé de rezar pensando en lo absurdo de mi discurso cuando descubrí que se basaba en el puñado de palabras que tú me regalaste.
Así fue como me resigné a no creer que existía algo Grande si en verdad lo Pequeño, los gestos y sueños, se rebajó al nivel de un complejo simulacro que nunca podré enfrentar como situación.
Precisamente (si, en ese instante) mis credos se volvieron más imprecisos al entender que relegabas mis palabras, tonos y oraciones, mientras tu silencio cauto dejaba cabos sueltos que la incertidumbre se encargaba de atar con futuros vanos, fatuos e imposibles.
Y un día, en el cual no deseaba encontrarte, ni de cerca, ni de vista, tú pasaste y me quedé con mis sueños, consumidos en la espera de cumplirse en más que meras metas –hacía frío cuando callabas, perdón pasabas; es lo mismo-, lo que me explicó en plena cara de que en realidad no tengo ni tuve un rincón en tus memorias a pesar de que en la mía ya no había espacio ni para mis recuerdos.
Fue entonces ese día en el cual le pedí a la razón que cometiera el desacato de no escuchar mi inconciencia; estoy seguro que ella es la culpable de tanto recuerdo tuyo deambulando en mi cabeza.
También le pedí al teatro de mis sueños que exiliara de sus actos cualquier mención que haga referencia a tu risa, términos y dicciones.
Te quise fuera del espectáculo que se presenta en mi memoria; quería orden y no locura.
Quería que te fueras…
…¡qué diablos, quiero tenerte!