
La semana del colegio estaba por finalizar y la rivalidad entre los cuartos medios era ya insostenible. Sus puntajes respectivos eran muy similares y las ganas de ganar, inconmensurables.
Ambos cuartos sabían que aun poseían una sola opción para obtener el puntaje necesario que los convirtiera en los amos y señores de la semana: la prueba sorpresa que cada curso debía presentar para las cual estos tenían una carta comodín que les permitía doblar el puntaje obtenido en la prueba. Ambos sabían que algo muy bueno debía ocurrírseles.
Estábamos concientes de lo que sucedía por lo que fuimos al colegio a darles ánimo. Al llegar, nos dimos cuenta que su prueba era un cuanto arriesgada.
Llevaban días practicando y muy pocas veces habían fallado. Fue en una de las prácticas en las cuales irrumpimos en su sala mientras un cegado compañero, mediante una venda, lanzaba dagas a una tabla que una de sus compañeras, asustada (creo que “presa del pánico” hubiese sido más gráfico), sostenía.
Al ver esto, mi compañera no halló nada mejor que estrangularme la mano; no puede estar cerca de objetos punzantes o con mucho filo. Mientras ella no accedía a moverse, sus compañeros se acercaban a conversar con nosotros ya que no los veíamos desde hace meses.
Fue en ese momento que quien lanzaba las dagas, pidió a alguien, cualquiera que fuera, que tomara la tabla, que había sido dejada apoyada en la muralla, y que la dejara en otra parte por que ya comenzaba a dañarse la pared.
Ella, que estaba más cerca que todos por lo que se acercó a tomarla. Los siguientes segundos no los percibí como tales, sino como siglos. Todo fue astillas, sangre y pánico.
El maldito lanzador tiró una última daga mientras Ella tomaba el trozo de madera; solo recuerdo que logró protegerse, aunque no fue lo suficiente. La tabla ya estaba rota y lo único que vi fue su cuerpo arqueándose hacia atrás mientras la daga se clavaba en su esternón. Muy pocos lograron captar lo que sucedió y fue gracias al silencio que reinó en la sala; nadie creía lo que estaba sucediendo. Algunos corrieron por temor, que sé yo, y otros se dedicaron a ver como Ella caía al suelo mientras miraba su pecho ensangrentado.
Al golpear su espalda la muralla y luego de haber escupido un poco de sangre, miró a todas partes, como buscando ayuda y sólo encontró mis ojos. Nuestras miradas coincidieron; la mía era de plena incredulidad la de ella, puro terror. Mucho terror.
Al acercarme a Ella, refunfuñó, entre sollozos, que odiaba la sangre, que no la soportaba y que tenía mucho miedo…Era lo único que compartíamos en ese momento. Miré a mí alrededor y pude ver que algunos llamaban a su familia mientras que otros, ya gritaban que la ambulancia llegaba en 2 minutos; 120 segundos y todo acabaría.
Giré mi cabeza para observarla y vi su frente perlada de sudor.
Te amo- me dijo y una tos acompañada de sangre bañó mi cara cuando me acercaba a besarla al mismo tiempo que tomaba una de sus manos, que ya estaba helándose, y que trató de mover pesadamente para acariciarme el rostro. Me decía entre sollozos que no la olvidara, por que “yo no lo haré”…y no la pude escuchar más. Mi llanto de desesperación interrumpió el silencio críptico de la sala; no podía soportar el hecho de ver que su vida se le escapaba como granos de arena entre los dedos. La sostuve con sutileza y pude escuchar un gorgoreo cuando respiró. La sangre se hacía paso hacia los pulmones, disminuyendo la superficie de intercambio gaseoso haciendo que ella respirara forzadamente hasta el punto de ahogarse cual nadador enredado entre algas.
Sabía lo que sucedía y no se lo dije. Noté que parpadeaba dificultosamente mientras se traba de erguir, cosa que impedí. Ella no lloraba y yo lo hacía como nunca antes lo había hecho; pensaba que la ambulancia venía en camino y que la tecnología haría de las suyas para que así el sueño de estar juntos hasta siempre no naufragara para después recordar este mal momento como un gran susto.
Nada más pude pensar ya que ella había tomado la palabra para esgrimir lo siguiente:
"Siento no poder…no poder cumplir con nuestro sueño…no…no me olvides" – para luego toser bruscamente. No la dejé seguir hablando ya que la abracé fuertemente, como tratando de evitar su partida. Nos quedamos unos segundos así, hasta que noté que aun había compañeros de ella que observaban la macabra escena. Al momento de mirarlos, todos se marcharon lentamente, como siguiendo la respiración de Ella que a cada momento se hacía más lenta, y nos dejaron como presagiando la necesidad de un momento de intimidad.
Al quedar solos pude observarla más detenidamente. La herida ya no sangraba como antes y sus uñas comenzaban a ponerse azules, cosa que descubrí cuando vi su mano tomando mi diestra y llevándola hacia mi pecho. Presionó mi mano y abrió los ojos desmesuradamente mientras movía su cabeza de izquierda a derecha como negando algo; me miró al mismo tiempo que lloraba mientras susurraba un apenas audible “¿Por qué?..."
Para tranquilizarla, le besé la frente mientras decía que me amaba, que no la olvidara…y su mano delicadamente dejó de presionar la mía. Comencé a gritar “¡Te amo, me oyes...! ¡Te amo!...” y vi como su cabeza se relajaba al igual que su tórax. Era su último adiós y no pude decirle cuanto la quería. La abracé esperando que parte de mis energías y fuerzas pudiera dárselas; la abracé esperando a que dijera algo.
Ya no respiraba ni hablaba, se había ido.
La levanté y la saqué de la sala. Escuché gente sollozando y pude distinguir, a través de la cortina de lágrimas que caía por mis ojos a mucha gente sorprendida y a otras que corrían, escapando del caballero de capucha negra y guadaña.
Todos nos abrían el paso mientras yo descendía las escaleras llevando el cuerpo mientras que varios curiosos se apilaban a ver que es lo que había sucedido.
En mi mente, un solo pensamiento se gestaba: de ahora en adelante, me encontraba solo.
Fue lo último que pensé antes de recostarla personalmente sobre la camilla de la ambulancia que había demorado sólo 3 minutos en llegar. Alguien me preguntó si subiría a acompañar el cuerpo a lo que respondí que no; tenía que asimilar lo que había sucedido.
La vi partir y me quedé estático, tieso en la mitad de la calle hasta que lograron moverme unos minutos más tarde.
Luego de unas horas, y después de haberme quedado sentado en la vereda mirando mis manos ensangrentadas me fui caminando en silencio a mi casa, dejando el auto estacionado quien sabe donde.
En mi casa, ya estaban enterados de la noticia, por mi parte no les conté nada, no hablé con nadie, ni con sus padres. Estuve mudo y sin comer por horas, es más no dormí hecho que se prolongó por semanas, incluso después del funeral.